domingo, 17 de marzo de 2013

Especies especiales

Me gusta recordar episodios de mi infancia, haciéndolo hago homenajes a esos días donde no me enteraba de nada y era mucho más feliz. Recuerdo el patio de mi casa verde como ese campo que hay en el fondo de pantalla de Windows, repleto de macetas que mi madre regaba día sí, día también, orientándolas en un óptimo feng shui de cara al sol. Un día, al volver de la escuela, mamá me había comprado una maceta del tamaño de mi mano para que yo plantara mi propia flor y como ella, me hiciese responsable de la custodia de una de mis hijas sin conversación y muchos pétalos. Me hizo mucha ilusión, pero los primeros días, no tenía nada que hacer, pero nada era más interesante que esperar el proceso lento del nacimiento de esa especie sin aparato reproductor mamífero. Al cabo de unas semanas pude contemplar como entre aquel montón de estiércol brotaba el tallo de mi flor, de la que yo planté. Empecé a regar el diminuto cuello verde día tras día y poco a poco comenzó a crecer, le empezaron a salir pequeñas hojas y pude hallar el color de la flor que aún estaba cerrada. Pero sin duda, fue aquel día el que me marcó, todos mirábamos expectantes la flor que estaba a punto de abrirse, era cuestión de segundos, paulatinamente estiraba sus pétalos con poco esfuerzo y por fin llegó el momento en el que mi flor, la que yo planté meses atrás, abría los ojos y entonces... vi que algo se movía en el interior y me asusté. Una mariposa salió del interior de mi flor y sin apenas detenerse a mirarme echó a volar y se perdió entre el azul del cielo. Jamás me he puesto tan triste como aquel día, le pregunté a mi madre que cómo era posible que de mi flor hubiese salido una mariposa. Mi madre entonces me lo confesó, las mariposas son flores que se niegan a echar raíces.